Es de destacar el reciente apoyo del bloque regional a la posición argentina sobre las islas; un acompañamiento fundamental
En 2012 se cumplirán treinta del conflicto armado con Gran Bretaña por las islas Malvinas, en 1982. Desde entonces las partes del prolongado conflicto de soberanía no han conversado entre sí sobre ese tema porque, pese a los constantes y reiterados llamados a hacerlo formulados por la comunidad internacional desde las Naciones Unidas, Gran Bretaña se niega a ello, sistemática y terminantemente. Por esto deberá ciertamente asumir la responsabilidad histórica que conlleva esta actitud de corte prepotente y cerrado, que desoye los llamados a dialogar y es contraria a la buena fe. Los británicos parecerían apostar a que de esta manera el conflicto desaparecerá: se equivocan. Nuestro país no renunciará a su legítimo reclamo de soberanía ni a negociar una solución por la vía diplomática.
Nuestra región lo ha comprendido y está comenzando a mostrar una solidaridad efectiva con la posición argentina. Esto es clave mirando hacia el futuro. La Argentina no está en soledad, sus vecinos la apoyan con hechos, más allá de la declamación. El Uruguay, por ejemplo, a pesar de las intensas presiones británicas, emitió un comunicado oficial en el que se habla claramente de "solidaridad continental" con el reclamo argentino y se rechaza expresamente la "posición colonial inglesa en América latina". No es poco, porque de alguna manera así se expresan las razones de la regionalización de la acción frente al postergado conflicto de las islas Malvinas. El simbolismo de lo sucedido es enorme y el agradecimiento va de suyo.
Ocurre, sin embargo, que el tiempo no se detiene. Los hombres, tampoco. Y los hechos siguen siempre su curso. Los británicos se preparan ahora para comenzar la explotación comercial de los recientes descubrimientos de hidrocarburos ubicados en el mar que está al norte de las islas, y siguen vendiendo licencias de pesca para capturas en las aguas que están en torno a las islas, especialmente a flotillas españolas que operan allí, seguramente en función de que el Tratado de Lisboa, que ratifica la creación de la Unión Europea, ubica, atrevidamente, las islas como si fueran pertenecientes a los británicos.
Es por ello que la Argentina ha salido recientemente al cruce de esta realidad para corregir una situación inaceptable: que haya buques que enarbolen una presunta bandera de las Malvinas, y operen y recalen con ella en los puertos de nuestra región, como si ello no significara nada. Y nuestro país parece haber tenido éxito gracias a la generosa solidaridad del Mercosur, que decidió prohibir esa práctica y no recibir en sus puertos a buques que enarbolen esa presunta bandera.
Gran Bretaña buscó modificar esa decisión regional y no tuvo ningún éxito. Su canciller, William Hague, acaba de admitir expresamente ante la propia Cámara de los Comunes que Brasil, Chile y Uruguay no aceptan, en virtud de una prohibición explícita resuelta en la cumbre del Mercosur, realizada en Montevideo el 20 de diciembre pasado, la presunta bandera isleña y que, para usar sus puertos, los buques que operen en las Malvinas deberán tener el habitual pabellón británico, no uno de las islas Malvinas, con cuyo uso se procuraba crear inaceptables hechos consumados.
En rigor, la batalla diplomática por tratar de evitar el continuado despojo de los recursos naturales que nuestro país reclama como propios recién empieza. Será larga y compleja, y requerirá tesón, templanza y paciencia. Será fundamental en ella poder contar con el acompañamiento real de nuestros vecinos. Esto debe naturalmente reconocerse con la estrategia diplomática adecuada: la que corresponde a una fraternidad recíproca. Especialmente, respecto de Brasil, Chile y Uruguay, países que, por su ubicación geográfica en el litoral marítimo, están llamados a tener un rol importante, sino esencial, en la búsqueda de una solución pacífica al largo conflicto que Gran Bretaña, no sin alguna cuota de perfidia, se empeña en ignorar.
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