La muerte de Martín Miguel de Güemes, el 17 de junio de 1821, hace 195 años, fue provocada por la sagrada causa de su elección: la libertad de su tierra. No fue por secretas y prohibidas polleras, como quiso enlodarlo la leyenda negra. Así lo reconoció incluso uno de sus grandes detractores, el general José María Paz. Éste, enterado de su muerte, escribió: "Hizo una guerra porfiada y tuvo la gloria de morir por la causa de su elección".
Que así fue lo sabe toda Salta, donde el Defensor de la Frontera Norte tiene muy bien puesta su estatua. La que sigue en deuda, en este sentido, es Buenos Aires.
Belgrano lo despide por vida "escandalosa", pero luego serán amigos
El apasionado guerrillero salteño siempre chocó con los hombres de Buenos Aires.
Su enfrentamiento con los porteños comenzó el 10 de noviembre de 1810, con la batalla de Suipacha, primer triunfo de las armas argentinas. Todos sabían que su oportuna aparición en ese combate al frente de sus jinetes de los Valles de Salta fue decisiva para que nuestras armas consiguieran el primer laurel. Pero, mezquinamente, en el victorioso parte no lo mencionaron. Lo ignoraron olímpicamente.
Le reclamó a Juan José Castelli y a Antonio Balcarce tal omisión. En respuesta, éstos lo despidieron del ejército, disolvieron su División y lo mandaron de vuelta a Salta. Mucho protestó por su despido, hasta que el 23 de junio de 1811 lo reincorporaron.
Manuel Belgrano tampoco lo quería. Al creador de la bandera no le gustaba que una tal Iguanzo le siguiera por todas partes al Comandante, entonces de 28 años.
Lo mandó, castigado, a Buenos Aires. "Su propia conciencia lo debe acusar –dice Belgrano en un informe- de que su vida escandalosa con la Iguanzo ha sido demasiado pública en Jujuy y después en esta ciudad y en la de Santiago del Estero".
Pero más tarde ambos guerreros se hicieron grandes amigos, tanto, que muchas veces Belgrano hacía ostentación pública de su amistad con él. Hasta le permitió hacer lo que quisiera y actuar como quisiera, en el plano militar. "Puede hacer y deshacer como le parezca; en mis instrucciones sobre operaciones militares sólo digo que deje bien puesto el honor de las armas", le dijo en un mensaje.
Cuando el "Padre de los gauchos" ya era gobernador de Salta, también se peleó con el general José Rondeau. El 17 de marzo de 1816, este nuevo enemigo lo declaró Reo de Estado y Traidor a la Patria. En un manifiesto se comprometió "a declararle enemigo común y formar una coalición general para aniquilarlo".
Fueron horas dramáticas para el país porque, cuando más necesitaba la Patria del concurso de todos, Güemes aceptó el reto. Sobrevino una agotadora guerra de recursos que terminó el 22 de marzo de 1816 en Cerrillos. Rondeau firmó una humillante capitulación y retiró todo cuanto había dicho contra el gobernador salteño.
San Martín celebró alborozado la superación del conflicto. En una carta que el 12 de abril de 1816 desde Mendoza le mandó a Tomás Godoy Cruz, le dijo: "Más que mil victorias he celebrado la mil veces feliz unión de Güemes con Rondeau. Así es que las demostraciones en ésta sobre tan feliz incidente se han celebrado con una salva de veinte cañonazos, iluminaciones, repiques y otras mil cosas".
Por una o por otra cosa, siempre era noticia ese caudillo en quien San Martín depositaba todas sus esperanzas para el cuidado de la frontera. En su galope por la historia levantaba polvaredas de pasiones que llenaban su vida de contradicciones, detractores y admiradores.
Patria, o dinero
Martín Miguel de Güemes cumplió fielmente con la misión que la Patria le encomendó. Pero su gloria y consagración está en su respuesta a los jefes realistas que quisieron sobornarlo.
El Jefe de la Vanguardia del Ejército de Lima, Pedro Olañeta, le ofreció dinero en cantidad suficiente como "para labrar su felicidad futura". Le ofreció además "proporcionarle cuanto desea para su familia". Sólo tenía que dejarles entrar a Salta y Jujuy.
Su respuesta, fechada el 21 de octubre de 1816, además de justificar algunas estatuas y algún feriado anual, interpela a algunos políticos de nuestro tiempo.
Entre otras cosas, le dijo al jefe realista:
"Al leer su carta del 19 del corriente, formé la idea de no contestarla para que mi silencio acreditara mi justa indignación. Pero como me animan sentimientos honrados diré a usted que desde ahora y para siempre renuncio y detesto ese decantado bien que desea proporcionarme. No quiero favores con perjuicio para mi país: éste ha de ser libre a pesar del mundo entero.
Que vengan esos regimientos y vengan también cuantos monstruos abortó la España con su Rey Fernando a la cabeza. A nada temo porque he jurado defender la Independencia de América y sellarla con mi sangre.
Todos estamos dispuestos a morir primero que sufrir por segunda vez una dominación odiosa, tiránica y execrable. ¿Qué más quiere que le diga? Adopte usted la guerra que más le acomode para nuestra destrucción, pero tema, y mucho, la mía.
Yo no tengo más que gauchos honrados y valientes. No son asesinos sino de los tiranos que quieren esclavizarlos. Con estos únicamente espero a usted, a su ejército, y a cuantos mande de España".
Con razón él y Belgrano, que alguna vez lo castigó, terminaron siendo tan amigos. "Usted es mi verdadero amigo, y lo será más allá del sepulcro. Me lisonjeo de tener por amigo a un hombre tan virtuoso como usted", le dijo en una carta a su ex jefe.
Habida cuenta del reciente reconocimiento que al Comandante salteño le han hecho tanto la Cámara de Diputados de la Nación como el Gobierno nacional, estipulando feriado cada 17 de junio, el final de esa misma carta a Belgrano resultó profético:
"Trabajemos con empeño y tesón, que si las generaciones presentes nos son ingratas las futuras venerarán nuestra memoria, que es la recompensa a que deben aspirar los patriotas desinteresados".
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