sábado, 9 de julio de 2016

Bicentenario de la Independencia argentina


Crónica de un día memorable

Por Juan Pablo Bustos Thames

El Congreso de Tucumán empezó a deliberar a las 8 horas de la mañana aquel martes 9 de Julio de 1816. El día amaneció fresco y soleado, como uno del clásico invierno tucumano. El cuerpo empezó tratando una "nota" (hoy lo llamaríamos más pomposamente "proyecto") elaborada por tres congresales: el altoperuano Mariano Serrano, diputado por Charcas, el jujeño Teodoro Sánchez de Bustamante y el altoperuano, representante por Buenos Aires, Esteban Agustín Gascón. Los tres eran destacados abogados y sometieron a la consideración de sus pares los distintos asuntos a los cuales debería abocarse el Congreso durante su mandato.

En esta hoja de ruta se mencionan importantes asuntos públicos, políticos, institucionales, administrativos, constitucionales, financieros, militares, marítimos y económicos, sobre los cuales el Poder Legislativo de las Provincias Unidas en Sudamérica tendría facultades. Se trata del precedente más remoto del actual artículo 75 de la Constitución Nacional, sobre las atribuciones del Congreso. Entre otros aspectos, preveía:

Desde establecer rigurosas penas contra los alborotadores, saboteadores, desertores o quienes por cualquier motivo, quebrantaran el orden o desobedecieran a las autoridades; hasta definir las atribuciones, facultades y competencias del Congreso, así como la duración del mismo y la de sus miembros.

Desde la consolidación de la unión entre las distintas provincias y pueblos, en forma previa al dictado de una constitución; así como la forma de gobierno a adoptar, hasta definir qué magistraturas (o cargos de funcionarios públicos) sería conveniente crear, cuáles mantener o suprimir.

Desde cómo continuar la guerra de la Independencia, fortalecer nuestros ejércitos y armada, hasta la instalación de un banco nacional y la emisión de moneda.

Desde emitir reglamentos de corso, habilitar puertos e inaugurar escuelas de náutica y matemáticas, hasta constituir una comisión con los mejores militares para mejorar nuestro sistema militar, buscando integrar las desordenadas milicias provinciales a los ejércitos regulares patrios.

Juan Martín de Pueyrredón Director
Supremo de las Provincias Unidas
del Río de La Plata
Desde mejorar la administración general del Estado, la recaudación tributaria, la aduana, designando, manteniendo o despidiendo agentes de la administración pública, según conviniese, hasta la instalación de una nueva "Casa de Moneda" de la que la Provincia de Córdoba solicitaba ser asiento. La ceca existente hasta entonces, que estaba situada en Potosí (Alto Perú), había sido ocupada por las fuerzas realistas.

Desde establecer escuelas e institutos de enseñanza de ciencias, artes, minería, agricultura y dirección, que educaran a la población en estos saberes, hasta la habilitación de nuevos caminos, la demarcación del territorio y los límites, así como la fundación de nuevas ciudades y villas.

Desde el reparto de baldíos públicos o sin dueños, para sumarlos a la colonización o la producción, o entregar la propiedad de tierras a los indios, enseñándoles a hacerlas productivas, a los fines de aumentar la recaudación del Estado para sostener sus cargas, hasta revisar toda la legislación emitida por los Gobiernos Patrios anteriores.

Se trataba de un verdadero programa de gobierno moderno, pujante y de avanzada. Sin embargo, el ítem más importante de todos figuraba con el número 3: "Discusiones sobre la declaración solemne de nuestra independencia política…".


Desde luego que todo este programa de gobierno era propio de un Estado que se reconocía como tal, y que no dependía de ningún otro para tomar decisiones de la magnitud y gravedad enunciadas en la nota. Para ello, obviamente, había que declarar la independencia en forma previa, para poder entrar luego a resolver las demás cuestiones propuestas.

Hasta ese momento, el Congreso había despachado todos los asuntos que llegaban a su conocimiento por mayoría simple de sufragios de los señores diputados; situación que no había sido objetada por nadie ya que no se habían debatido aún asuntos de importancia o significación tal que llevara a los congresales a apelar a una mayoría calificada.

Sin embargo, ahora, con esta "nota", que señalaba temas de trascendencia institucional, política o constitucional, a los que debía abocarse el cuerpo, correspondía que el Congreso resolviera con qué mayoría de votos debían aprobarse cada categoría de proyectos.

Después de una prolongada deliberación, que les llevó gran parte del día, el Congreso aprobó lo siguiente:

1°) Cuando tocara debatir temas de índole constitucional "o de ley" (sin explicar lo que debía entenderse por "asuntos de ley"), se requeriría el voto de un diputado más de las dos terceras partes del cuerpo. Sería lo que hoy llamamos dos tercios más uno, computados sobre la totalidad de los miembros del Congreso.

2°) En los asuntos de límites entre provincias "u otros derechos respectivos", debería aplicarse el art. 9° de la "Confederación y Unión Perpetua" de Estados Unidos (que preveía la conformación de un tribunal federal colegiado especial).

3°) Los asuntos institucionales, trascendentes o graves debían aprobarse con un voto más de la mitad de los diputados presentes. A tal fin, deberían estar presentes en esa reunión, al menos, las dos terceras partes de los miembros del Congreso.

4°) Para todos los demás asuntos que hacen al quehacer ordinario y habitual del Congreso, se decidirían por simple mayoría de votos presentes; que era como venía haciéndose hasta ese momento.

Francisco Narciso Laprida, diputado sanjuanino
presidió la sesión del Congreso de Tucumán
el 9 de julio de 1816
Luego de horas de debatir estos extenuantes asuntos que, por lógica y conveniencia, debían resolverse antes de tratar el magno tema que nos ocupa, el meticuloso diputado jujeño Teodoro Sánchez de Bustamante solicitó que, a modo de recapitulación, por Secretaría se leyera lo que se acababa de aprobar, para que la gente que desde temprano se había agolpado en los patios, galerías y adyacencias de la antigua y señorial casona ubicada sobre la segunda cuadra de la calle de la Iglesia Matriz, de San Miguel de Tucumán, pudiera entender lo que sus representantes habían resuelto, antes de debatir el asunto que todos esperaban.

Los dos días anteriores ya prácticamente se había acordado declarar la Independencia en la sesión del día 9, en conversaciones informales entre los diputados, y constantes consultas con los generales Manuel Belgrano y Juan Martín de Pueyrredón, que acompañaron en todo momento al Congreso. La declaración de la Independencia era ya un secreto a voces. Se había corrido la voz que el día señalado para concretarla era el 9 de julio. Después del mediodía, se comenzó a aglomerar una nutrida barra en el fondo de la sala de sesiones, que desbordó hasta los patios de la Casa, y llegó hasta la calle del Soberano Congreso.

No sabemos, luego, qué diputado propuso debatir la Declaración de la Independencia. El Redactor del Congreso (el periódico oficial del cuerpo) simplemente narra que se pasó a tratar este asunto "por indicación general"; dando a entender que hubo un consenso de todos, poco antes de las oraciones. Con lo cual la hora aproximada de la declaración fue a las 4 de la tarde de ese día martes 9 de julio de 1816.


¿Cómo fue el debate por la Declaración de la Independencia? Aparentemente muy breve. Llamativamente no demandó a los diputados el tiempo invertido en los asuntos precedentes en el orden del día. Los representantes no querían dejar pasar ni un momento más, en consideración a la multitud presente, sin ser libres e independientes.

El experimentado secretario Juan José Paso dio entonces lectura al acta que iba a ser votada. No bien hubo concluido, el presidente del Congreso durante el mes de julio de 1816 –la presidencia era rotativa-, el diputado sanjuanino Francisco Narciso de Laprida, les preguntó a todos "si querían que las provincias de la Unión fuesen una nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli". No bien el Presidente terminó la pregunta, los congresales aclamaron con ímpetu, aplausos y gritos sus respuestas afirmativas "llenos del santo ardor de la justicia". Se levantaron al unísono todos de sus bancas, y por aclamación, aprobaron, emocionados, y con lágrimas en los ojos, la propuesta que acababa de leerse. Si hubo alguno que dudaba, hasta ese momento, la reacción espontánea de todos sus pares le debe haber hecho cambiar de parecer, y se plegó a los demás en la aclamación.

Acta de la Independencia argentina redactada en castellano y en quechua tambien se la redacto en aymara
La alegría y emoción de los congresales se contagió de inmediato a las barras presentes en el recinto, y de allí, al público que esperaba, expectante, en la calle. Inmortalizó el Redactor ese momento en que resonaba "en la barra la voz de un aplauso universal con repetidos vivas y felicitaciones al Soberano Congreso".

Momentos después, que parecieron eternos, acallada la algarabía, y concluidos los abrazos, con los que se saludaron diputados, autoridades y público en general, correspondía formalizar, para la posteridad, lo que se acababa de aclamar a viva voz. Se tomó votación nominal, preguntando por nombre y apellido, uno por uno, a cada diputado, si estaba conforme y de acuerdo con la proposición que acababa de leer el secretario Paso. Informa el Redactor que los votos "resultaron unánimes, sin discrepancia de uno solo".

Cumplido este recaudo formal, correspondía ahora extender, por escrito, el acta de la trascendente resolución que se acababa de adoptar. Expresa el Redactor que "enseguida firmaron todos". Al contrario de lo que venía sucediendo hasta entonces, en que las actas y resoluciones del Congreso eran firmadas únicamente por el presidente, el vicepresidente y alguno de sus secretarios, en este caso, en atención a la trascendencia de lo que se decidía, se creyó conveniente que todos los diputados firmaran el acta asumiendo personal responsabilidad por la decisión trascendente que esos veintinueve bravos acababan de tomar, en el momento más difícil y crítico de la historia argentina; nuestro país se encontraba seriamente amenazado de invasión por poderosas fuerzas realistas, un marco de sangrientas luchas internas y disensos políticos insolubles, así como la invasión de los portugueses a la Banda Oriental, aprovechando el enfrentamiento entre las Provincias Unidas y José Gervasio de Artigas.

Salón de la jura de la Independencia argentina en la Casa de Tucumán
Consecuencia del acto de arrojo y valor cívico de aquellos veintinueve representantes en San Miguel de Tucumán es que empezaba a surgir "a la faz de la tierra, una nueva y gloriosa Nación". ¡Viva la Patria!

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