En su reciente carta al presidente Mauricio Macri, la Primer Ministro británica Theresa May estrenó la diplomacia malvinense post-Brexit. Básicamente “ofrece” una agenda centrada en comunicaciones y levantamiento de la legislación argentina que obstaculiza a los británicos la exploración y explotación de recursos energéticos en esas aguas.
Esta “oferta” de Londres merece ser debidamente analizada porque expresa la estrategia resultante de un nuevo contexto político. El Brexit constituyó un suicidio político para el Reino Unido; por esa razón el gobierno conservador persigue un objetivo muy claro: postergar todo lo posible el inicio de la separación entre Londres y Bruselas. La misión imposible de May es un oxímoron: “irse pero quedarse”. La estrategia de ganar tiempo tiene calendario. Recién en el 2017 pedirá que se habilite el Art. 50 del Tratado de Lisboa que marca el inicio de divorcio, de esa forma posterga todo para el 2019. Recordemos que al día siguiente a la consulta, la Comisión Europea pidió un “trámite urgente” de separación.
Ahora reina un silencio que expresa el temor de ambas partes. Europa, y particularmente Gran Bretaña, ha sufrido una devaluación global en un contexto signado por la incertidumbre estratégica: economía anémica; elecciones a la vista en Alemania y Francia; crecimiento de los populismos; chantaje del gobierno turco que amenaza con romper el compromiso de retener a los inmigrantes, mientras “el mundo de Putin” presiona sobre las fronteras del Este.
En Londres se sabe que el modelo de un “Gran Singapur”, que está detrás de los ideólogos del Brexit, es incompatible con la concepción imperial. Tarde o temprano serán “una City con una Isla”. Así como Margaret Thatcher abandonó en Hong Kong una joya de la Corona, con el tiempo sucederá lo mismo con todo lo que esté asociado a sus redes e intereses globales. Necesariamente Londres adoptará una diplomacia de transición. Apelará, sin duda, al soft power: una moneda de reserva, pero de menor jerarquía; una lengua; su extendida y calificada red diplomática; su relación con EE.UU.; su presencia en el Consejo de Seguridad; su potencialidad tecnológica, hasta ahora cofinanciada por Europa, y su peso en la OTAN.
La diplomacia de transición buscará adaptar el Reino a las nuevas realidades. Las Malvinas económicamente inviables serán una carga para el Tesoro inglés, de allí la importancia que en la carta la Primer Ministro le asigna a las exploraciones petroleras, en un escenario agravado por la caída del precio del petróleo. En ese marco, el interés argentino es compatible con facilitar la conectividad aérea, a través de la línea de bandera nacional, desde aeropuertos argentinos. Lo que no debiera facilitarse es la exploración de las aguas bajo los criterios británicos. Aquí la política de Estado debe ser la piedra angular de la Argentina. Modificar la legislación en el Congreso requiere debates y consensos.
Haciendo de necesidad virtud, la diplomacia argentina podría abordar una tarea impostergable: definir hasta dónde es posible avanzar en una política de pasos sucesivos, en materia de energía y pesca, orientada al servicio de la recuperación de la soberanía. Si ese consenso se lograra, en ese caso sería posible encarar una política global con Gran Bretaña, que no puede soslayar la cuestión Malvinas. La construcción de una agenda global es necesaria. Hasta que eso suceda, hay deberes “hacia adentro” que se deben encarar.
El país debe contar con una presencia activa en nuestras aguas y poner en evidencia que existe un corte con la política de abandono de la década pasada. La metáfora del rompehielos Almte. Irízar expresa la desidia en las aguas australes. Para hacer las pruebas finales, luego de reparaciones costosas y prolongadas, debe salir al mar abierto pero está virtualmente “empantanado”, rodeado de sedimentos que requieren ser dragados.
No existe apuro. Se recomienda “paciencia estratégica” y política de Estado. Es de esperar que de llegar a realizarse, en el G20, un encuentro Macri/May, luego no ocurra lo que sucede en el caso Venezuela: conflicto de intereses y ambivalencias originados en la Cancillería.
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