Las Falkland Islands Company es el poder económico en Malvinas que dice representar a los kelpers.
La conquista y colonización de la Periferia por parte de Gran Bretaña data de las últimas décadas del siglo XVII. Entonces, la acumulación del oro de América (que desde 1503 arribaba a España aunque en realidad terminaba en Francia y en la mismísima Gran Bretaña) pudo finalmente financiar un sinfín de expediciones y fundar decenas de compañías comerciales en las nóveles tierras. La verdadera vanguardia comercial y militar del mercantilismo inglés, base de su ulterior revolución industrial, se extendió ilimitadamente gracias a la acción de las compañías East India Company (Asia, 1600), Hudson’s Bay Company (América del Norte, 1670), London Company (América del Norte, 1606), Scotland Company (istmo de Panamá, 1695), Royal African Company (África Occidental, 1660) y New Zealand Company (Oceanía, 1825). La Falklands Islands Company (Islas Malvinas, 1852), fue la expresión tardía de esta dinámica imperialista, aunque paradójicamente, hoy se trate de la única activa en territorio colonial.
El rol proimperial de estas empresas no residía únicamente en la comercialización monopólica de esclavos, lanas y cueros, ganado y productos agrícolas, madera, minerales e hidrocarburos, armamento y sustancias adictivas para el consumo humano, etcétera, sino en servir como medios de represión y opresión al normal desarrollo de las regiones donde se instalaban, erigiéndose en poderosas barreras económicas, políticas y militares para la devolución de los territorios explotados a sus dueños naturales. La Falklands Islands Company (FIC) no fue la excepción. En efecto, durante el siglo XIX y hasta la resolución del conflicto bélico, la economía de estas islas estuvo vinculada a la explotación de lana ovina, materia prima fundamental para la entonces insaciable industria textil inglesa. Desde su creación, la FIC monopoliza esta actividad comercial. Sin embargo y en los años previos a la guerra, la FIC y la economía isleña sufrieron un duro revés.
Con la caída de los precios internacionales de la lana entre 1974 y 1980 el PBI de las islas cayó un 25% (Robert Laver. The Falklands/Malvinas Case, 2001). Su economía padeció entonces una profunda recesión. La pobreza se hizo cada vez más evidente, y con ella, el despunte de innumerables vicios y las más nefastas degradaciones humanas. De mantenerse pocos meses más –pensaban en Londres–, la debacle económica y social de las islas terminaría por entregarlas a la Argentina. Algo debía hacerse. Rápida de reflejos, la magna metrópoli decidió entrar en acción.
Luego de sendas misiones y estudios científicos enviados desde las universidades más prestigiosas de Inglaterra entre 1975 y 1976, una urgente diversificación y modernización de la actividad económica se puso en juego. De la lana se pasó a la pesca (aunque comenzó a rendir sus frutos en 1987 con la adopción de las 150 millas correspondientes a la Zona Interina de Control y Conservación); una vez asegurada la pesca, se pasaría entonces al petróleo, el cual se presumía en volúmenes más que interesantes. Por supuesto que tanto Londres como los kelpers sabían muy bien que ninguna de estas iniciativas podría desenvolverse sin la solución de la disputa con la Argentina. En este sentido, la alternativa era una. El 3 de mayo de 1982, la revista británica Neewsweek informó que la FIC dominaba el 43% de las tierras del archipiélago, iguales porcentajes en cabezas de ganado ovino, depósitos de lana y barcos de pesca. Un 80% del empleo no gubernamental era captado por la FIC, quien por supuesto monopolizaba el comercio de lanas local, el principal aunque insuficiente recurso económico de Malvinas. Semejantes intereses en juego fueron los que empujaron a la FIC a boicotear una salida pacífica desde el mismísimo 2 de abril, tal como los “invasores” se habían propuesto conseguir. Explican también las provocaciones británicas e isleñas en los meses previos al desembarco argentino, por cierto fielmente ocultadas por los historiadores-bandidos. En conclusión, la resolución armada del conflicto era indispensable. Haciendo uso de los primigenios fines por los cuales había sido creada, la FIC indujo al parlamento y a la “Dama de Hierro” a no ceder ante el agravio y el bochorno que el país sudamericano generaba al Imperio Británico.
Más tarde, unos 100 parlamentarios conservadores firmaron una moción para que el gobierno “de una vez por todas asegure que los kelpers son británicos y que no serán traspasados a un país extranjero en contra de su voluntad”. Para Freeman, “los miembros del Parlamento deploraron la idea misma de negociar con la Argentina, a la vez que las editoriales de prensa advertían de ‘traición’. El futuro de las Islas Falklands era ahora una cuestión de política británica doméstica.
Fue así cómo y desde semejante presión, que el secretario de Asuntos Exteriores, Michael Stewart, terminara asegurando que ningún paso sería dado en contra de los deseos de los isleños. […] Las negociaciones alrededor del Memorando de Entendimiento siguieron avanzando no obstante la presión kelper y parlamentaria. En noviembre de 1968, el secretario de Estado Lord Chalfont viajó a las Islas. Fue enviado con el propósito de anticiparse a las reacciones hostiles de los isleños cuando el estado de las negociaciones fuera publicado. Pero Chalfont no tuvo más remedio que ceder. Al igual que Stewart, debió prometer que nada se haría que contrariara sus deseos”.
El 11 de diciembre, el borrador original portador de la posición británica (la acordada con la Argentina), esto es, la de “la soberanía será transferida a una fecha a convenir” fue eliminada del mapa. Desde 1968 en adelante, “los ‘deseos’ de los isleños serían de primordial importancia para los sucesivos gobiernos, confinándolos de hecho y haciéndoles saber que sea lo que sea que acuerden con la Argentina, los isleños tendrían el poder de vetarlo” (Freeman). Al respecto, el Informe Franks (punto 25) señala que tal posición podría engendrar “un riesgo mayor de hostigamiento a los isleños y la posibilidad de un ataque. En consecuencia, el gobierno decidió continuar las negociaciones con la Argentina, dejando en claro la actitud británica con respecto a la soberanía.” Pero la actitud británica con respecto a la soberanía mucho distó de ser clara. Como se verá más adelante y muy claramente hasta las negociaciones de febrero de 1981, la posición británica fue ambigua al extremo, aprovechándose en un todo y descaradamente de la buena voluntad y las buenas acciones argentinas. A partir de febrero de 1981 pasarán a ser absolutamente provocadoras.
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